Posteado por: Por: Johnny Delgado M.*
¡Éntrense temprano que anda suelto el monstruo de los mangones! Era la orden perentoria de los padres para los niños y adolescentes caleños de hace 50 años.
Mientras en los campos el bandolerismo bipartidista se ensañaba contra los campesinos, ese mismo terror se vivía en las calles y potreros de la urbe vallecaucana.
Todo había comenzado desde el 5 de noviembre de 1963 cuando un niño de 10 años, voceador de periódicos, apareció muerto en Santa Rita, al oeste de Cali.
La racha de asesinatos de menores continuó y el segundo infante apareció muerto el 4 de diciembre en los pastizales aledaños a Prados del Norte; un tercer niño fue encontrado sin ojos el 12 del mismo mes en riberas del río Aguacatal; la osamenta de un menor fue hallada el 23 de diciembre cerca a la Estación del Ferrocarril; y finalizando el año, de nuevo en Prados del Norte, se descubrió el quinto niño asesinado.
Los menores fueron identificados en diferentes momentos y eran: Luis Alberto Osorio, Wílder Perlaza, Raúl Ríos, Luis Manrique y Alfonso Caicedo.
Al año siguiente
En el nuevo año siguieron los crímenes y el 13 de enero de 1964 hallaron el cuerpo de un niño en estado de momificación en La Flora; el 15 de enero fue hallado muerto el niño Alberto Garzón, de 12 años, en un pastizal junto a la farmacia del ICSS.
El octavo infante asesinado se encontró el 18 de enero, muy cerca del anterior hallazgo. Se llamaba Félix Vanegas, de 9 años.
Otros dos niños fueron hallados asesinados el 20 y 27 de enero.
El undécimo infante fue identificado como Fabio Palta y se descubrió en Tequendama, el 26 de febrero. La espeluznante docena de niños asesinados se completó el 17 de marzo, cuando en el sector de Puerto Mallarino se encontró a Jorge Díaz, de 11 años.
Ya para el 1 de abril de 1964 se contabilizaban trece niños asesinados en los lotes abandonados y potreros enmalezados de varios lugares caleños, cuando se halló en Menga al pequeño Albeiro Santana de 12 años. Algunas de las inocentes víctimas presentaban signos de violación y con agujas insertas en el corazón o el tórax.
¿Sacados de los cementerios?
El 3 de abril, las autoridades sorprendieron a la opinión pública con una peregrina como absurda conclusión: de los trece niños asesinados, nueve habían sido sacados de los cementerios y lanzados en los potreros, en un acto terrorista para desacreditar al Gobierno.
Si se ha descrito con detalle la relación de las víctimas, es para demostrar la manipuladora respuesta de las autoridades ante las denuncias de su ineficiencia por parte de una población angustiada.
Claramente, de los trece crímenes, se conocía la identidad de diez de los niños. Amparado en unos dictámenes ‘científicos’ sobre el cuerpo momificado del sexto caso, enviado a Bogotá desde el enero pasado, las autoridades presionadas por un sector de la prensa exigieron respuesta de los forenses capitalinos que enviaron un informe parcialmente divulgado y del cual dedujeron el mencionado exabrupto.
Sólo cabe imaginar cómo algunos niños extraviados desde hace algunos días y máximo tres meses, hayan sido muertos, sepultados como N.N. y sacados de sus tumbas en estado de momificación y tirados en los potreros.
Los procesos biológicos y el tiempo para que se den esos casos desmienten la burda interpretación. Las fotos de los niños que presentó la prensa en varios de los casos desmienten también esa versión absurda.
Ante la exaltación ciudadana, parece que los criminales detuvieron un tiempo su accionar. Y sólo hasta el 17 de septiembre, el 28 de noviembre (dos víctimas) y el 3 de diciembre de ese tenebroso año, aparecieron otros cuatro menores asesinados. *Premio Jorge Isaacs 2011
El mito
De todo este vergonzoso y gigantesco crimen sin resolver, quedaron algunas cosas: el nacimiento de un mito urbano donde se conjeturaba que se trataba de un reconocido comerciante con una banda de criminales a su servicio, la cual robaba los niños para extraerles la sangre para el tratamiento de una penosa enfermedad.
En el campo del arte sirvió de inspiración para el filme de Luis Ospina “Pura Sangre” (1982); y el cuento de Jotamario Arbeláez “El Monstruo de los Mangones”.
Una sombra de negligencia, impunidad y connivencia de ciertos sectores de la justicia con los criminales, asusta aún como ayer las calles y veredas de esta aldea global.
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